Título: Vida hogareña.
Autora: Marilynne Robinson.
Editorial: Galaxia Gutenberg.
Págs: 217.
Fecha 1ª publicación: 1980.
Dice la escritora Doris Lessing en la contraportada del libro:
" Me encontré leyendo lentamente, cada vez más lentamente - este es un libro para leer sin prisas, porque cada frase es una maravilla". Y no puedo estar más de acuerdo, una lectura que requiere atención, pausada, hermosa.
Envolvente, muy brevemente sería lo que me ha sugerido. Con
Vida hogareña he tenido mi primer acercamiento a la obra de Marilynne Robinson y ya os hago saber que no será el único.
Lucille y Ruth, dos hermanas huérfanas que si de algo saben es de ausencias, abandono y soledad. Crecieron sin saber quién era su padre, no habían llegado a la adolescencia cuando perdieron a su madre, la cual después de dejarles sentaditas con una caja de galletas en el porche de la abuela, se dirigió en coche al lago y se arrojó. Fueron cuidadas primero por su abuela, cuando fallece pasan a manos de dos torpes tías solteronas ya mayores incapaces de atenderlas y por último su tía Sylvie, la cual lleva una vida errante, con un carácter algo excéntrico, a la que no le faltarán buenas intenciones, aunque sus cuidados poco ortodoxos, algo caóticos llamarán la atención de los vecinos con la consiguiente intervención de las autoridades. Para entonces Lucille habrá salido ya de la casa buscando aceptación, cierta "normalidad", una vida más estable. No así Ruth que junto con su tía comenzará una vida nómada que la llevará de un lugar a otro.
Pese a todo, estábamos muy angustiadas, por razones demasiado numerosas para mencionarlas. Había quedado claro que nuestra tía no era una mujer estable. Por entonces, no sabíamos expresar esa idea con palabras. Pero teníamos esa sensación nítida, entre nosotras, que se plasmaba en la atención continua que le prestábamos a todos los detalles de su aspecto y comportamiento.
Infortunios de la vida que harán que estas niñas crezcan con una desesperante sensación de inseguridad, temiendo cada día volver a ser abandonadas. Durante años han sido ellas dos y nadie más, dos para jugar, dos para compartir, llegada la adolescencia sus caminos divergen. Una anhelando estabilidad, la otra, alguien a quien seguir, a quien aferrarse para continuar y mantenerse a flote. ¿Cuál de las dos tomó la dirección correcta?, ¿existe una sólo dirección correcta?, ¿hizo bien Lucille en dejar a su hermana con su tía, fue como una traición o sólo el intentar salvarse a sí misma porque ella ya intuía en Ruth el carácter errante, vagabundo, libre?. Son tantas preguntas las que tenía en mente una vez acabada la lectura...
¿Cuándo me volví tan distinta a los demás?. Tal vez fue cuando seguí a Sylvie por el puente, y el lago nos reclamó, o quizá fuera cuando mi madre me dejó esperándola, y me instiló la costumbre de la espera y la expectación que convierte cualquier momento presente en importante sólo por lo que todavía no contiene. O a lo mejor fue cuando me concibieron.
La tía Sylvie que está y no está, un alma nómada que duerme con la ropa puesta, habla con desconocidos en estaciones de trenes, vuelve de paseo con peces en los bolsillos, vive sin horarios, come con la luz apagada, apila periódicos y latas convirtiéndolos en parte del mobiliario...¿Qué hubiéramos hecho nosotros si fuéramos sus vecinos y viéramos este comportamiento de un adulto al cuidado de una niña?.
Sylvie, en una casa, venía a ser como una sirena en el camarote de un barco.
Esas costumbres (siempre dormía vestida, al principio con los zapatos puestos, y luego, con los zapatos debajo de la almohada) eran a todas luces las de un vagabundo. Ofendían el sentido del decoro de Lucille...
A mí me tranquilizaba el que durmiera en el césped, y de vez en cuando en el coche. Me parecía que si podía seguir viviendo aquí como un vagabundo, no tendría que marcharse.
La soledad, los lazos familiares, el deseo de encajar, la pérdida, la memoria y los recuerdos, son temas en los que la autora nos sumerge a lo largo de la novela. Es curioso como dos personas pueden evocar un recuerdo de forma tan diferente, quizás porque nos acordamos de lo que queremos y como queremos y si en nuestra memoria hay algún vacío cada cual se encarga de reconstruirlo, unas veces distorsionando y otras inventando. Como sucede con Ruth y Lucille y el recuerdo que tienen de su madre, Lucille la evoca de manera más positiva al contrario que su hermana.
Intentábamos recordar a nuestra madre, aunque, con creciente frecuencia, discrepábamos. La madre de Lucille era ordenada, fuerte y sensata, una viuda que murió en un accidente. Mi madre nos cuidaba con amable indiferencia que me hacía pensar que habría preferido estar todavía más sola.
Todo esto sucede en la ciudad ficticia de Fingerbone, una ciudad en medio de la nada, con un paisaje desproporcionado y un clima extremo, rodeada de montañas cubiertas de nieve y a sus pies un enorme lago, ladrón de vidas como la del abuelo y la madre de Ruth y Lucille. La presencia de esta gran masa de agua se siente a lo largo de toda esta historia, como si fuera un personaje más.
Hermosa novela, un hilo de tristeza recorre la prosa, una sensación profunda de soledad que se pega a tí mientras lees.
Descripciones detalladas, precisas, una prosa maravillosamente reveladora. Me considero una lectora a la que le van este tipo de lecturas entre líneas, sugerentes, por todas las reflexiones que se esconden detrás de una simple historia como bien podría ser esta.
Es una lectura lenta, exquisita, me encontré volviendo a leer algunos pasajes para no perderme ningún detalle, sabedora de que
cada palabra, cada frase importa. Me sobrecogió el final, esa forma de narrar de Ruth. Una novela magnífica no por su trama que más bien es escasa, con pocos sucesos, sino por su
elegante escritura.
Sin duda una de mis mejores lecturas de este año,
altamente recomendable, teniendo en cuenta que
es una lectura pausada, tranquila, lenta, pero para nada aburrida. Hermosa, triste, para leerla más de una vez porque la buena literatura siempre te atrapa.
Una vez terminado lo devuelvo a la estantería donde tengo dispuesto tantos y tantos libros que voy descubriendo y que me hacen tan buena compañía, allí se quedará hasta que seguro vuelva un día a sus páginas a volver a saborearlas, o a que alguno de esos invitados que a veces gustan de pasarse por aquí y enredar en mi particular biblioteca, lo encuentre y yo encantada le anime a descubrirlo.