Relato presentado al concurso mensual El tintero de oro que organiza David Rubio en su blog Relatos en su tinta.
Mi carácter dócil, callado, sumiso, mi disposición siempre a querer complacer a los demás, entre otros rasgos, hacían que fuera del tipo de persona las cuales ponemos una y otra vez la otra mejilla. Una buena persona, sí, sin nada de carisma, pero buena muy buena. Mira por donde esta forma de ser tan complaciente a mí sólo me trajo problemas. Siempre fuí objeto de burla de todos mis compañeros, el tontín del colegio primero y luego el tontín sin más porque a medida que crecía peor me iba.
Fuí el primero al que el acné dió la bienvenida, y ya sabéis los que hayáis pasado por esa experiencia el mucho juego que puede dar a tus enemigos. Mi aspecto empeoró y con ello las burlas, siendo cada vez más crueles, permitiéndose incluso alguna vez usar la violencia física. Continuamente me trataban con aires de superioridad, ridiculizándome, incluso el más estúpido lo hacía. Las palabras son incapaces de describir el calvario que pasé. Inadaptado, rechazado, humillado, resignado.
Pasado el tiempo, a los del colegio les perdí de vista, pero llegaron otros, en el barrio, en el trabajo, ahora que lo recuerdo con cierta tranquilidad, siempre hubo otros. Cada vez despreciaba más al género humano, me parecían mezquinos.
"Yo no era el problema", cuántas veces oí esto, "ellos y sólo ellos eran los culpables". Lejos de calmarme estas frases de consuelo que me daban, una inmensa rabia se fue apoderando de mi persona. Acumulé tanto odio que olvidé quien era y esos sentimientos tan buenos que os conté al principio me distinguían, fueron desapareciendo.
¿Qué opciones tenía? ignorarlos, encerrarme en casa y aislarme del mundo, intentar inmunizarme de alguna manera contra el dolor, incluso dejar esta vida si total no me traía más que dificultades, pero cuando me ponía a pensar seriamente en ellas me daba cuenta de que ninguna de estas alternativas me interesaban, ninguna era la solución para acabar con mis desgracias y aún era pronto para encontrarme con mi muerte. Así que soporté lo mejor que pude los agravios que me hicieron, resistí como me fué posible, sabía que tanta mezquindad no podía quedar impune, y quien mejor que yo para ser el encargado de castigarlos.
Ideé un ambicioso proyecto con un claro objetivo, la venganza. Este plan ocupó todo mi tiempo y todos mis pensamientos durante años. Difícil y largo explicaros cómo se me ocurrió, pero una vez tomada la decisión se convirtió en una obsesión.
Lamento discernir con aquello que dicen de que el vengarse no le va a solucionar a uno las cosas y no le va a hacer sentirse mejor, totalmente incierto en mi caso, para mi fue muy dulce, y muy gratificante. Me dedicaron alguna portada en los principales periódicos, hablaron de mí en la televisión, me sentí especial. Nunca tuve remordimientos, mi conciencia no mostró arrepentimiento alguno, ese sentimiento humano que suele llegar después de cometer actos como el mío, la culpa, en mi caso no existió. Busqué concienzudamente a cada uno de aquellos que se rieron de mí y los maté.
No voy a entrar en detalles, no quiero arruinarles el día. Sólo deciros que lo que hice hubiera dejado impresionado a cualquiera de los más conocidos asesinos de la historia. Me cogieron por supuesto, eso también entraba dentro de mis planes.
Sé que hize daño, porque había gente que me quería, pero no me fué suficiente, el amor de unos pocos no me salvó. Ahora aquí encerrado, con todo el tiempo del mundo para pensar, por más que intento recordar aquel que fuí no logro hacerlo, es como evocar a alguien que nunca existió.